En los días recién pasados, celebramos en nuestro ministerio un congreso que duró seis días. Los participantes para compartir un mensaje o conferencia, habían sido invitados de diferentes naciones; uno era de Argentina, el otro de México, otro guatemalteco residente en los Estados Unidos y su servidora de Honduras, era la anfitriona.
Es muy interesante observar la diferencia de costumbres y cultura. En una actividad normal, común y corriente es un tanto difícil hacer ligar a un argentino con un mexicano o viceversa; sin embargo, la armonía de equipo en esta ocasión, fue algo sorprendente.
Una vez más pude comprobar que el amor de Dios derriba toda barrera transcultural, toda muralla ideológica y cualquier otra cosa que quiera afectar la unidad entre dos o más personas.
Fue una experiencia muy gratificante ver como ellos se abrazaban y compartían hasta horas de la madrugada, siendo edificados mutuamente. Fue hermoso orar unos por otros, así como una nación a favor de la otra.
No cabe duda que el corazón de Dios trasciende toda diferencia; cuando el amor de Dios es el que nos une, todo lo demás se somete y pierde importancia. Aun la diferencia de edades o de trasfondo económico o social se reduce a nada, cuando el amor de Dios está presente.
Querido lector, es posible que tu caso sea que tienes dificultades de relación o comunión con otras personas por tener un origen distinto, a lo mejor esa persona sea tu propio cónyuge; si ese es tu caso, quiero decirte que para ti Hay Una Esperanza.
Si tú entregas tu corazón a Jesús, el amor de Dios será derramado en tu corazón inmediatamente, a través del Espíritu Santo; ese evento sobrenatural, hará que te sea posible unirte de manera profunda con todos los que también han entregado su vida al Señor en toda la faz de la tierra, sin importar si sus ojos son diferentes, o si es distinto el color de su piel o el tipo de cabello.
Recuerda que siempre Hay Una Esperanza, toma pues hoy tu decisión.