Julio 19, 2016
En toda familia el hijo primogénito pasa por condiciones peculiares. El primer hijo es casi siempre anhelado, esperado con ansia; y es disfrutado plenamente, mientras el niño a su vez puede convertirse en un tirano que absorbe todas las atenciones y reclama todos sus derechos de heredero de tiempo, de mimos, de cuidados.
Cuando nace un segundo niño, el primero comienza a resentir que ahora tiene que compartir el tiempo que antes le dedicaban, los juguetes que solían ser de su propiedad... y hasta llegan a crearse ideas de que se nos ha quitado el cariño para trasladárselo al intruso que llegó a usurpar nuestra posición, nuestro lugar, nuestra seguridad.
Esta situación podría complicarse si la madre es sobreprotectora y se da tanto al recién nacido que olvida que el primogénito, que quizás tenga ya unos cinco años de edad, también necesita atenciones, aunque de otro tipo. Todo lo anterior sumado a veces con el hecho de que el hijo mayor pueda haber heredado características de su padre o de su madre, que a la madre misma le desagradan, pueden llevarla a ella a expresar un rechazo inconsciente hacia su hijo.
En múltiples ocasiones se ha paralelizado el amor de madre con el amor de Dios, que es incondicional y a toda prueba; pero la realidad es que mientras la madre misma lleve heridas en su alma y estas no sean debidamente tratadas o sanadas, nunca podrán amar con la perfección de Dios, pues sus propias frustraciones y amargura serán proyectadas contaminando su amor. Las madres necesitamos sanidad interna o del alma, para amar sin egoísmo, sin preferencias, con la naturaleza de Dios que ama y acepta irrespectivamente de la condición de sus hijos y que no hace acepción de personas.
Los hijos por su parte, que han sido afectados por estas expresiones distorsionadas de amor de parte de su madre, necesitan ser sanados para no recibir el rechazo ni juzgarlas, sino comprenderlas y amarlas tanto, tanto, que pueda romperse toda atadura negativa o conexión afectiva distorsionada.
Es evidente que esta relación emocional tiene serias consecuencias en los hogares que estos hijos luego establecen, porque es como una bola de nieve que arrastra más y más mientras avanza.
Jesús es el Amor Perfecto, Él (Su amor) en nosotros restaurará toda distorsión y suplirá toda necesidad afectiva. ¡Hay Una Esperanza!