Enero 10, 2017
Nos relata la Biblia que Saulo de Tarso era un hombre recto en su propia justicia, que se aseguraba de cumplir al pie de la letra lo que él consideraba que era su obligación, basado en su conocimiento de la ley. El conocía muy bien la Palabra escrita en los rollos, que ahora conocemos como "El Antiguo Testamento"; había sido instruido por Gamaliel, uno de los más prominentes maestros de la ley antigua.
Pablo inclusive fue el autor intelectual del martiricidio de Esteban, un hombre fiel, lleno de gracia y del Espíritu Santo, que atendía y servía las mesas, para alimentar a las viudas de ese tiempo. Esteban murió lapidado... pero en medio de las piedras que golpeaban su cuerpo, él clamaba al Dios de amor y misericordia que él conocía: "Señor, no les tomes en cuenta este pecado". En otras palabras, Esteban se ponía delante de Dios diciéndole: Señor, yo no los culpo, no los culpes Tú, lo han hecho porque no te conocen; pero permite que te conozcan.
Poco tiempo después, el legalista Saulo fue derribado de su caballo y quedó ciego temporalmente; hasta que un siervo de Dios, Ananías, impuso sus manos sobre sus ojos, cayeron escamas de ellos y recobró la vista. Por supuesto todo esto tenía un gran significado; ser derribado del caballo implica que el Señor nos baja de nuestra posición de altivez y prepotencia que hemos mantenido; es cuando el Señor nos muestra que Él es el poderoso y puede botarnos cuando Él quiera y como a Él le parezca. La ceguera implica el desconocimiento que tenemos del mundo espiritual, por mucho que conozcamos la ley o aun la Palabra escrita. Cuando las escamas cayeron, cayó la religiosidad y el fariseísmo; sus ojos espirituales fueron abiertos y pudo recibir la Vida que proviene del Espíritu Santo.
Ciertamente muchos hombres y mujeres hay por allí que se jactan de sus buenas obras, de su conocimiento de la Palabra, de cumplir las leyes y ordenanzas al pie de la letra; pero porque no han conocido la vida del Espíritu, ni la misericordia y el amor del Señor, están cometiendo homicidios con los que están a su alrededor. Nuestra confianza es que tenemos un Dios poderoso capaz de derribarnos, tumbarnos de nuestro caballo; pero esperamos que cuando Él ejecute esa obra en nosotros, podamos decir como Pablo (antes Saulo): "Aquí estoy Señor, haz conmigo lo que Tú quieras".
Si usted reconoce que necesita que el Señor haga en usted esa extraña obra y operación, que necesita botar sus argumentos y altivez para ser lleno del amor de Dios, y de la vida del Espíritu, ¡Hay Una Esperanza! Pídale a Él que lo quebrante y haga con usted como Él quiera.